LITERATURA / Kiko Amat

KIKO AMAT
Antes del huracán


Irreverente, cruda, triste e hilarante al mismo tiempo, "Antes del huracan" es una buena toma de contacto para entrar en el mundo de Kiko Amat. Ambientada en el extrarradio barcelonés (¿finales de los 70 comienzos de los 80?), Curro, el prota, es un niño de doce envuelto en tics y fobias, y que hace lo posible por superar los traumas de una familia en la que parece que no se libra nadie. A lo largo de más de 400 páginas vamos comprobando como Curro se va precipitando sin remedio al abismo de la locura. 

- En cambio, toda esa gente de fuera, todos esos... normales. -Curro dibuja una mueca de asco con la cara, niega con la cabeza, irritándose por momentos con el mundo, con su vida de mierda, con su pasado, con todo-. Andando por la calle con sus caras de normalidad, haciendo sus cosas de normales, pretendiendo estar cuerdos en un mundo donde aviones se estrellan contra rascacielos, donde autos violan a niños, donde terroristas atropellan a transeúntes en nombre de un Dios ficticio... (...) Los raros no son los de aquí dentro, Plácido. No. Ellos son los razonables, porque han intuido el vacío. Los locos son los que se niegan a aceptar la realidad. Sucede lo mismo que con el miedo a volar. Lo lógico es tenerlo. Lo extraño es fingir que deslizarte por el cielo sentado en un tubo de acero de varios cientos de toneladas es perfectamente seguro: que todo está bien y no hay peligro. Me río yo de eso. Me río. ¡Ja!

.........

A veces me pregunto cómo eran antes de lo que les sucedió. No nacieron así. ¿Se esperaban esto? Seguro que no. Nadie puede imaginar un futuro así. Ser uno más de los hombres rotos que baben bajo los plátanos de sombra, en los bancos de la rambla, fumando cigarrillo tras cigarrillo en la entrada del manicomio, apoyados en la tapia al sol, echando humo con muecas cómicas, la mirada opaca y los dedos amarillos, andando en círculos, interpelando a los transeúntes. Discutiendo con Dios. Creyendo que son Dios. Sin nadie que les quiera; sin madre ni novia. Porque, claro, nadie puede quererte cuando estás así. Mi abuelo cantaba a veces una canción que aprendió en la guerra: "el que quiebra se quiebra / y nadie quiere a un quebrado / antes me llovían las hembras / y ahora me tiran a un prao". 

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Baja la persiana. La estancia se ensombrece, aunque rayas discontinuas de luz se dibujan en la pared de plástico y sobre la colcha blanca. Unos golpes en la puerta le indican que es la hora de tomar la medicación vespertina y, una vez que la haya tomado, se dormirá. Curro duerme mucho, más que nunca (...). De niño pensaba en el sueño como una máquina del tiempo; te vas a la cama y el tiempo avanza, sin ti. Sin que tú estés consciente. Por tanto, puede ser que las cosas se arreglen mientras tú no te hallas allí para presenciarlas. Ocho horas de sueños maravillosos, de aventuras sin fin, y de repente estás en el futuro, donde ya pueden pasar cosas buenas. 
Curro no tiene demasiada esperanza de que eso suceda ya. Abren el ventanuco de la puerta y aparece una mano con un vaso de plástico pequeño. Curro se pone en pie y avanza hacia su medicina, como si fuese la luz que señala la salida de un cine. 

.........

- Claro, tienes razón -asintió-. Es solo que no entiendo por qué tiene que hacer los tanatorios así de tristes. 
- De nuevo, señor, debo apuntar que ese espíritu, exactamente, es el que su decoración y disposición arquitectónica deben tratar de transmitirnos, señor. Una cierta dignidad solemne y sobrecogedora que le llene a uno de reflexiones sobre lo breve de nuestro paso por este valle de lágrimas. Algo que no sucedería si colocasen una pista de baile con bola de discoteca, señor. Bailarinas en lencería fina deslizándose por columnas y un grupo de danzarines rusos, un oso amaestrado. Fuegos artificiales. Un tragasables. Enanos desnudos que...

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