CRÓNICA CONCIERTOS / Nacho Vegas

NACHO VEGAS
Fantasio (Navia)
Viernes 28 de  enero de 2022
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TEXTO y FOTOS: Jonathan Pérez del Río
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Quiso el destino que el día en el que Nacho Vegas presentaba por primera vez su nuevo disco en directo también lo hiciese la que (hasta hace nada) fue su banda de acompañamiento, ahora un ente con vida propia llamado León Benavente. En el momento en que Nacho recibía el aplauso de bienvenida en el Fantasio de Navia, sus antiguos escuderos recibían la ovación de despedida a unos kilómetros de distancia, en el Teatro Palacio Valdés de Avilés. El calendario, ya se sabe, tiene sus caprichos.

Igual que Quique González buscó refugió en las montañas pasiegas, Nacho se alejó del ruido de su Xixón y se fue a respirar el aire del Cantábrico desde Ortiguera. Los vientos del norte vinieron con un buen puñado de ideas, las que le ayudaron a dar forma a “Mundos inmóviles derrumbándose”, el disco con el que se ha embarcado en una nueva gira por toda la península y que arrancó ayer, precisamente, en Navia.

Esto quiero decir que esta será una de las primeras crónicas que se puedan leer sobre esta gira, por lo que no haré demasiados spoilers ni desvelaré la totalidad del repertorio.


Sin ser yo fan de Nacho, el acudir sin muchas referencias a su concierto fue una manera diferente de entrar en su particular universo. Me llevé sorpresas agradables como las revisiones que hizo del “Devil Town” de Daniel Johnston (“Ciudad vampira”) o del "Summer's End" de John Prine (“Muerre’l Branu”). Esa última fue una de las de nueva cosecha. Y no fue la única. También cayeron “La séptima ola”“Belart”, la celebrada “Ramón In”, la festiva “Big Crunch” o dos preciosidades cocinadas a fuego lento como “El mundo en torno a ti” o “El don de la ternura”.

Sus canciones son microhistorias. Tristes y hermosas al mismo tiempo. Íntimas, confesionales, crudas y sin pelos en la lengua, pero un bálsamo para sus fieles devotos, que encuentran en sus letras las palabras con las que buscaban describir su propio estado de ánimo. El término contador de historias cobra sentido. Aunque más que un songwriter, Nacho es un poeta.

Este era el primer concierto con su nueva banda, que por cierto, estuvo sublime. Podemos decir, desde ya, que no son León Benavente pero que tienen muchas otras aristas que brillan con luz propia. Manu Molina, Joseba Irazoki, Hans Laguna, Ferrán Resines y Juliane Heinemann funcionan como debe hacerlo una buena banda de acompañamiento: sobrios a la hora de ponerle sensibilidad a cada nota. Finos y elegantes, ninguno pretende destacar por encima del resto. Tocan con tanta delicadeza y contención que prácticamente nos invitan a escucharlos en respetuoso silencio. Juliane aporta, además, unos coros preciosos que son una capa más para las canciones, y su dulce voz empasta a la perfección con la de Nacho (salvando las distancias, como si fuesen una Isobell Campbell y un Mark Lanegan).  

Cuando los mundos (inmóviles) se derrumban a nuestro alrededor, en esas etapas en las que el viento parece soplar siempre en contra, cada uno busca consuelo dónde puede. Desde hace ya veinte años, algunos encuentran alivio escuchando a Nacho. Y si es en directo, mejor.   

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