LITERATURA / Manuel Vázquez Montalbán
MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN
El delantero centro fue asesinado al atardecer
En "El delantero centro fue asesinado al atardecer", Manuel Vázquez Montalbán recupera a su detective más conocido, Pepe Carvalho, al que sitúa en una Barcelona preolímpica, y en un mundo del fútbol corrupto (algo de sobra conocido desde hace décadas, lo que hace que la novela envejeciese tan bien).
- Las sobremesas me excitan.
- Explíqueme la relación que hay entre la cocina y la psicología social.
- El hombre es un caníbal.
- Empezamos bien.
- Mata para alimentarse y luego llama a la cultura en su auxilio para que le brinde coartadas éticas y estéticas. El hombre primitivo comía carne cruda, plantas crudas. Mataba y comía. Era sincero. Luego se inventó el roux y la bechamel. Ahí entra la cultura. Enmascaras cadáveres para comérselos con la ética y la estética a salvo.
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¿Será posible el mito del hombre libre en la ciudad libre? De momento Barcelona se humaniza en cada tramo que recupera o construye para el paseo del cuerpo, esa relación de espacio y tiempo que da sentido al no tener nada que hacer, ni que temer, ni que esperar (...). A este pueblo al que le gustan tanto las cosas gratuitas y al que uno de sus filósofos le prometió que un día lo tendría todo pagado, en cualquier parte, por el simple hecho de ser catalanes, le entusiasma buscar caracoles, coger setas, beber en las fuentes públicas y pasear por su ciudad sin pagar nada. (...) Algunos de sus filósofos, en el pasado, trataron de convencerles de que era una ciudad de mármol o una ciudad estado o una ciudad país... sin conseguirlo. La gente sabe que esta ciudad es una patria que cada cual posee mediante la hegemonía de la propia memoria.
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El campo del Centellas estaba cercado por barrios populares, barrios adocenados, de baratas geometrías, para inmigrantes anónimos que habían vegetalizado ventanas y terrazas en un intento soñador de incorporar la naturaleza a aquella pesadilla de cristal, cemento y ladrillos. El campo del Centellas era como una presencia contrastada y algo inútil, como un capricho del paisaje urbano, una ruina similar a las que los turistas visitaban en las afueras de Oaxaca atribuidas a los zapotecas o los mixtecas, como aquellas pirámides de Monte Albán que brotaban en el paisaje y entre ellas el Templo de los Danzantes (...). Y aquel estadio para el juego de la pelota donde la leyenda dice que el capitán del equipo vencedor podía extraer el corazón de su rival.
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Carvalho la acompañó hasta el encuentro porque le apetecía volver a ver a aquel animal presentinamente poderoso, de piel rosada de desnudo esencial, de piel de choque blando que tienen las mujeres inglesas. Voyeur, voyeur, se dijo, cuando se descubrió a sí mismo desnudando con la mirada a la muchacha que se había puesto un vestido de lanilla verde, ajustado a la cintura y que le acampanaba unos culos suficientes aunque contenidos. Y aquella flamígera explosión de los cabellos rojos. Y aquella boca de planta carnívora. Y aquellos ojos de pimienta verde. Envidió a Camps O´Shea cuando le vio alejarse con la muchacha a bordo del Alfetta de importación del contradictorio mayordomo. Pero algo, no explícito, le decía que la muchacha estaba lamentablemente segura.
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