CRÓNICA CONCIERTOS / Siena Root
SIENA ROOT
Sala Acapulco (Gijón)
Jueves 19 de marzo 2015
Aunque todo se
tuerza a nuestro alrededor, aunque nada salga como habíamos planeado, siempre
hay una vía de escape infalible: la música. Y en esas ocasiones en las que uno
necesita esconderse del mundo cuando este no le guste, los conciertos son una
de las mejores soluciones, y más si se trata de shows como el de Siena Root, un
viaje lisérgico que nos puede llevar tan lejos como nuestra mente nos permita.
Los constantes
cambios en la formación (el núcleo del grupo lo forman la base rítmico, ósea,
el bajista Sam Riffer y el batería Love Forsberg, quienes ejercen de satélite
al que se unen diversos músicos dependiendo de las exigencias de la banda)
hacen que cada concierto sea diferente.
Sam y Love
salieron a escena acompañados por el organista Erik Petterson, el guitarrista
Matte Gustavsson y el vocalista Jonas Åhlen. El quinteto arremete con “Between
The Lines”, perteneciente a su sexto y último disco de estudio, “Pioneers”, del
que también interpretarían “Root Rock Pioneers”, un artefacto sonoro que nos
recuerda escandalosamente a una de sus claras influencias: Deep Purple. Y mucha
culpa la tiene Erik, que se muestra hiperactivo desde su Hohner Clavinet,
entrando al trapo y fomentando el pique con los otros instrumentos a la menor
ocasión, enfrascándose en largas y densas improvisaciones. Duelos con el
guitarrista Gustavsson, o con el batería Love, que desembocan en jams que nos
hacen retroceder en el tiempo 4 ó 5 décadas atrás.
También de su
último largo suena “Spiral Trip”, en donde la voz de Jonas nos recuerda a
bandas de stoner rock como sus compatriotas Spiritual Beggars. Pero lo
imprevisible de un concierto de Siena Root hace que nos movamos constantemente
de escenario. Con “Bhimpalasi” (sin el Sitar, pero con el espíritu del Santana de
Woodstock presente) viajamos a la India; y con “Waiting For The Sun” o “In My
Kitchen” (unas gotitas de The Doors) a la costa Californiana. Profundizando en
su setlist, están presentes el hardrock, el blues rock, el jazz o el stoner,
todo aderezado por unos polvos psicodélicos que nos mantienen en un viaje de
ácido constante.
Toda una
experiencia que, más que describirla, hay que vivirla. Y si puede ser en una sala, mejor.
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