LITERATURA / Flann O´Brien
Flann O´Brien fue uno de los muchos pseudónimos de Brian O´Nolan (Irlanda, 1911 - 1966). Samuel Beck o James Joyce se consideraban fervientes admiradores. "El Tercer Policía" es una novela, cuanto menos, difícil de definir. El protagonista no tiene nombre, sí una pierna de madera, y viaja por parajes extravagantes tropezando con otros personajes aún más singulares. Lo más sensato es pensar que se escribió bajo los efectos de sustancias. No apto para todos los públicos.
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- ¿La vida? -contestó-. Estaría mejor sin ella, pues tiene poca o rara utilidad. No se puede comer ni beber, ni fumártela en pipa, no evita las lluvias y sabe a poco cuando la desnudas y la llevas a la cama tras una noche de cervezas en la que tiemblas, ardiente de pasión. La vida es un gran error, algo de lo que más vale prescindir, como los orinales o el bacon extranjero.
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Cuando un hombre se sitúa ante un espejo y ve su imagen reflejada, lo que ve no es una auténtica reproducción de sí mismo, sino una imagen de él cuando era más joven. La explicación de de Selby a este fenómeno es bastante sencilla. La luz, como de Selby señala en meridiano acierto, tiene una velocidad de desplazamiento determinada y finita. Así pues, antes de que pueda decirse que ha tenido lugar el reflejo de cualquier objeto en un espejo, es necesario que los rayos de luz se dirijan primero al objeto; contra los ojos del hombre, por ejemplo. En consecuencia, existe un apreciable y calculable intervalo de tiempo entre el instante en que un hombre mira su propio rostro en un espejo y el registro de la imagen reflejada en sus ojos.
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Una cama no encierra ninguna dificultad, incluso un niño puede aprender a usarla. Quítate la ropa, métete en la cama y quédate tumbado aunque esto te haga sentirte como un estúpido.
Comprendí lo acertado de su sugerencia y comencé a desvestirme. (...)
Abrí la cama con sumo cuidado, me metí dentro, me tapé con las sábanas con idéntico cuidado y dejé escapar un suspiro de alivio y descanso. Sentí como si todas las fatigas y perplejidades del día hubieran descendido plácidamente sobre mí, como un edredón pesado y grande que me mantuviera caliente y adormilado. Mis rodillas se abrieron como capullos de rosa bajo intensos rayos de sol, empujando mis piernas dos pulgadas más hacia el fondo de la cama. Todas y cada una de mis articulaciones se aflojaron, y se volvieron irrelevantes y carentes de verdadera utilidad. Cada rinconcito de mi persona ganaba peso a cada segundo, hasta que la carga total era de unas quinientas toneladas aproximadamente, distribuidas equitativamente sobre las cuatro patas de madera de la cama, que por entonces se había convertido en un parte integral del universo. Mis párpados, cada uno de los cuales no pesaba menos de cuatro toneladas, se movían pesadamente sobre mis ojos. Mi picaban las piernas y se hacían más remotas en su agonía de relajación, alejándose de mí, hasta que los felices dedos de los pies se oprimieron contra los barrotes de la cama. Mi posición era completamente horizontal, ponderosa, absoluta e incontrovertible. Unido a la cama, devine en algo esencial y planetario.
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El infierno da vueltas y más vueltas. Su forma es circular y su naturaleza interminable, repetitiva y muy próxima a lo insoportable.
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