CRÓNICA CONCIERTOS / Travellin' Brothers

TRAVELLIN' BROTHERS
Auditorio Hernán Naval (Ribadeo)
Domingo 6 de diciembre de 2020
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TEXTO y FOTOS: Jonathan Pérez del Río
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Este 30 de diciembre se cumplirán justamente dos años del antológico concierto que dieron los Travellin’ Brothers en el Teatro Arriaga Antzokia. Un show por todo lo alto que serviría para engendrar su disco en directo “1001 Nights”. Quién les iba a decir que tan solo dos años después, estarían dando conciertos en auditorios con aforo reducido y ante un público que tiene que cantar con mascarillas debido a una pandemia mundial.

Los dos conciertos parecen realidades independientes, pero los dos son muy especiales a su manera: el primero porque suponía el canto del cisne de la banda en sus tres lustros de trayectoria; el segundo, porque el mero hecho de dar un concierto en este 2020 es comparable a la “Odisea” de Homero.

Por eso esta sexta edición del festival de Jazz & Blues de Ribadeo es para recordar. Es de recibido aplaudir la iniciativa de programar cultura a día de hoy, y más cuando se trae a bandazas como los Travellin’ Brothers.

Los de Bilbao venían en formato básico, o sea, sin acompañamiento de vientos a lo big band ni coros añadidos. Aunque lo de “básico” debería llevar asterisco, porque el sexteto (Jon Careaga a la voz, Eneko Cañibano al bajo y contrabajo, Isi Redondo a las baquetas—, Mikel Azpiroz al piano y hammond, Alain Sancho al saxo y Aitor Cañibano –fundador de la banda— a las seis cuerdas) se basta y se sobra para tejer puentes hasta ciudades como Memphis o Nueva Orleans. Escucharles es como callejear con ellos por la Beale Street o por la Bourbon Street, y brindar al ritmo de buena música en tugurios que no cierran hasta que alguien se muere dentro.

Ya se sabe cómo son los de Bilbao: nacen dónde les sale de los mismísimos. Y con la misma, podríamos decir que ellos tocan lo que les sale de ahí, sin importar etiquetas estilísticas o temporales. Las etiquetas están bien para guiar a un oyente en la escucha, pero no para encasillar a un grupo, y los Travellin’ Brothers son el perfecto ejemplo. En noventa minutos de concierto escarban en la música de raíces americana picoteando en el blues, el country, el R&B, el góspel, el jazz, el southern rock o el soul.

Su repertorio mezcla con acierto temas propios (canciones tan buen rollistas como “A Better Day” –ideal para levantarse con ganas un lunes por la mañana-) con versiones de gusto exquisito (maravillosas el “Tennesse Whisky” popularizado por Chris Stapleton o el inmortal “Ain´t That a Shame” del gran Fats Domino).

El frío del exterior se filtró hasta dentro del auditorio y a todos nos costó un poquito entrar en calor. A ellos menos, pues en cuanto sintieron las vibraciones del barrio de Tremé por sus venas empezaron a animarse. Especialmente Alain Sancho, con licencia para soplar a su antojo. Jon Careaga sabe que es imposible cantar como un negro siendo blanco, lo que no impide que cada noche persiga la estela de potentes vocalistas blancos de alma negra como Joe Cocker o el citado Stapleton.

En la recta final nos llevaron con ellos a la iglesia: a la de “allí” claro, no a la de aquí. Con “The Power of Your Love” se elevó el Hammond y era fácil imaginarse los coros góspel por detrás. Y con “Love, Joy & Happiness” –la última de la noche-, el público acompañó con las palmas como si el auditorio Hernán Naval fuese una iglesia del Bronx. El título de esta última canción lo dice todo. Ellos, en concierto, también. 








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