LITERATURA / Ramón Gener

RAMÓN GENER
El amor te hará inmortal

Desde luego, parece que a Ramón Gener Sala (Barcelona, 1967) todo se le da bien. Algunos le conoceréis por programas como "This is Opera" o "This is Art" (ambos en TVE), otros por escucharle cantar (o tocar el piano9 en diferentes teatros, óperas y zarzuelas. O por colaborar en diferentes programas de radio ("Hoy por hoy" en la Cadena Ser o "Versió" en RAC1). Por si todo esto fuese poco, también brilla con luz propia en su faceta de escritor. "El amor te hará inmortal" es una maravilla. Un viaje cargado de emociones en el que Ramón, a través de la música y la mitología Griega, nos cuenta historias realmente inspiradoras e inolvidables que conecta, a su vez, con su experiencia personal cuando su padre se iba marchitando debido al Alzheimer. Lo dicho, maravilloso.

Igual que hiciera Walt Disney, María resolvió, después de la muerte de Onassis, cambiarlo todo. Disney se decidió a soñar para triunfar. María se decidió a soñar para estar junto a Ari. Pero fueran cuales fueran sus motivos, los dos dejaron de dormir para descansar y empezaron a dormir para poder soñar. 

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- Fue mi hermano Riccardo el que, después de la muerte de mi padre, decidió mi castración. Él mismo, aprovechando que estaba enfermo, me suministró opio y, en mi estado de inconsciencia y delirio, no dudó en convertirme en lo que soy. (...)
Riccardo fue Viktor Frankenstein. El joven suizo estudiante de medicina en la Universidad de Inglolstadt que desafió a los dioses y creó un ser nuevo de los pedazos de otros: un monstruo. 
Riccardo fue Prometeo. El titán que desafió a Zeus y modeló el barro con sus manos para crear una nueva raza: los humanos.
Riccardo fue Pigmalión. El rey de Chipre que, descorazonado por no encontrar a la mujer perfecta con quien casarse, decidió esculpirla en marfil hasta que se convirtió en real: Galatea. 
Riccardo fue Geppetto. El viejo carpintero sin hijos que decidió crear uno de madera y que, gracias a la intervención del hada madrina, se convirtió en niño de carne y hueso: Pinocchio.
Riccardo fue todos ellos. (...) alguien que pensó que podía construir a otro a su imagen y semejanza sin tener que afrontar ningún tipo de consecuencia. Alguien que necesitaba de otro para completarse. Alguien que se veía como dominador de su obra creada. Una perspectiva fatal que, aunque se haga con la mejor intención, siempre conduce al fracaso destructivo. Porque en educación, (...) no se trata de fabricar a nadie, sino de crear las condiciones para que el otro pueda hacerse a sí mismo. 

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Conteniendo el llando, cantó mirándose al espejo con una voz jamás imaginada por mí ni por nadie. El sonido de su resentimiento era el más hermoso que jamás había escuchado; su voz perfecta eran millones de otras voces armonizadas en una sola: su afinación era impoluta; su legato era, más allá de cualquier compresión, imposible; su fiato, como diría Buzz Lightyear, llegaba to infinity... and beyond; su fraseo eran todas las poesías desde Filemón hasta Pablo Neruda; su timbre brillaba como el dios Apolo; su color eran todos los del arcoíris; su messa di voce era un sueño nunca soñado por nadie, ni siquiera por Morfeo; su resonancia era la mismísima catedral de Notre Dame; su morbidezza era sedosa... Sedosa a morir. 
Su canto me llegó a donde nunca nadie había llegado antes. A lugares que ni siquiera sabía que existían. Ensimismado, rompía llorar de emoción. 
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Un amor platónico en toda regla. Pero no un amor platónico de aquellos a los que las malas tradiciones y las películas de Hollywood nos han acostumbrado, sino un verdadero amor de acuerdo con las enseñanzas que Platón, seguidor de Sócrates y maestro de Aristóteles, nos mostró en sus diálogos "El banquete y Fedro" hace más de 2.400 años. 
Un amor donde la motivación y el impulso son los que nos llevan a conocer y admirar la belleza en sí de la otra persona. Un conocimiento y admiración que crecen de forma gradual a medida que vamos adentrándonos en el mundo del otro. Un amor que empieza por la apreciación de la belleza física, sigue por la belleza espiritual, del carácter y del alma, hasta llegar, por último, a la apreciación total de la belleza del arte del otro. 

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Las Piérides entonaron una canción maravillosa ante la que los pájaros enmudecieron. Pero el canto de las nueve Musas fue tan sublime que no solo enmudeció a los pájaros, sino que conmovió al as piedras. Las Piérides, derrotadas, despertaron de su fantasía y recibieron un baño de realidad. Las Musas castigaron su arrogante fantasía convirtiéndolas en urracas y transformando sus voces en horribles graznidos. Desde aquel día, toda Grecia supo que las Musas eran unas diosas invencibles. Diosas a las que no había que retar, ni intentar moldear o reducir. Diosas con las qe no había que fantasear. Desde aquel día, toda Grecia supo que la misión de las Musas sólo era una: inspirarnos. Mostrarnos el camino de la música, de la poesía, del canto, de la tragedia, de la comedia, de la danza, de la elocuencia y de la belleza. 

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