LITERATURA / Leonardo Padura

LEONARDO PADURA
El hombre que 
amaba a los perros

Leonardo Padura (La Habana, 1955) ha publicado ensayos, cuentos y novelas, una colección de obras que le han llevado a ganar el Premio Princesa de Asturias en 2015. En "El hombre que amaba a los perros". Padura mezcla novela e historia, aportando una interesante visión del nacimiento y desarrollo del comunismo en Rusia, centrándose en tres narradores: Trotski, la víctima; Ramón Mercader, su asesino; e Iván, el hombre encargado de escribir la historia. 

En medio de la tormenta de amor y de odio en que vivieron por tantos años, Caridad nunca sabría, pues Ramón tampoco le regaló jamás el placer de confesárselo, que en aquel momento, viéndola partir rescatada por la encarnación de lo que ella más despreciaba, él dejó de ser un niño, pues se convenció de que su madre tenía razón: si uno quería saberse realmente libre, tenía que hacer algo para cambiar aquel mundo de mierda que laceraba la dignidad de las personas. Muy pronto Ramón también aprendería que ese camino solo se produciría si muchos abrazaban la misma bandera y, codo con coco, luchaban por él: había que hacer la Revolución. 

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¿Está claro?, ¿de verdad estarías dispuesto a cumplir cualquier misión, hacer cualquier sacrificio, como dices, incluso cosas que otros hombres sin nuestras convicciones pueden considerar amorales y hasta criminales?
Ramón sintió que se hundía en un lodo absorbente. Era como si la sangre se le fugara del cuerpo y lo dejara sin calor. (...) La verdad, toda la verdad, estaba encerrada en la pregunta hecha por aquel enviado de la única revolución victoriosa que, para sostener sus ideales, practicaba una necesaria falta de piedad, incluso con sus más queridos hijos, y exigía un eventual rechazo a cualquier atavismo. 
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El vértigo sensorial en que había caído reclamaba un desahogo que comenzó a perseguir con vehemencia. (...) el duende pervertido de la virilidad se había desatado en elucubraciones descarnadas y en unas ansias más urgentes que todas las sentidas en su juventud o en sus días de poderoso comisario, cuando tantas compañeras de lucha le habían brindado un solidario desahogo de las tensiones y fervores acumulados. 
De los poemas y cartas de amor, ocultos entre las páginas de los libros que solía recomendarle a Frida, los reclamos de Liev ya exigían un ascenso hacia lo concreto. (...) y, sin que mediaran palabras, detuvo a Frida contra la fachada y la besó en los labios mientras, entre respiro y respiro, le repetía cuánto la deseaba. Con total conciencia, en ese momento Liev se estaba lanzando al pozo de la locura y poniendo en peligro todo lo trascendente de su vida: pero lo hizo feliz, orgulloso, temerario y sin el menor sentimiento de culpa, se diría después, convencido de que, al fin y al cabo, había valido la pena haber gastado en aquella orgía de los sentidos los mejores cartuchos de las últimas reservas de su virilidad. 
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- ¿Qué es un nombre, Jacques? ¿O ahora eres Ramón? (...) Ayer fui Grigoriev, antes era Kotov, ahora soy Tom aquí y Roberts en Nueva York. (...) Soy todos y soy ninguno, porque soy uno más, pequeñísimo, en la lucha por un sueño. Una persona y un nombre no son nada... (...) El individuo no es una unidad irrepetible, sino un concepto que se suma y forma la masa, que sí es real. Pero el hombre en cuanto individuo no es sagrado y, por tanto, es prescindible. Por eso hemos arremetido contra todas las religiones, especialmente el cristianismo, que dice esa tontería de que el hombre está hecho a semejanza de Dios. (...) Es mejor que ni tú ni yo tengamos un nombre verdadero y que nos olvidemos de que alguna vez tuvimos uno. 

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