LITERATURA / Virginia Woolf

VIRGINIA WOOLF
Flush

Dijo F. M. Forster sobre Virginia Woolf«nos recuerda la importancia de las sensaciones en un mundo que practica la brutalidad mientras recomienda los ideales». Cualquiera que se tome en serio la literatura acabará recurriendo a lo largo de su vida a alguna obra de Woolf, como lo harán con James Joyce, Proust o Hemingway. Puede que "Flush" no sea su mejor trabajo, pero siempre es una delicia leer a esta mujer, y esta novela corta, es un retrato de la Inglaterra de la época desde el punto de vista de un perro. 
Sus ojos eran "unos ojos atónitos color avellana". Las largas orejas "le enmarcaban la cabeza como una capota", sus "piececitos" estaban "endoselados con mechones" y la cola era ancha. 
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Las frescas perlas de rocío o de lluvia le caían sobre la naricilla en ducha iridiscente; la tierra -dura aquí, allí blanda, caliente más allá o quizás fría- le picaba, le hacía cosquillitas y le irritaba en las almohadillas, tan tiernas, de sus pies, hacía vibrar las aletas de la nariz: áspero olor a tierra, aromas suaves de las flores, inclasificables fragancias de hojas y zarcas, olores acres al cruzar la carretera, el picante olor que sentía cuando entraban en los campos de habas... Pero de pronto traía el viento unos efluvios más agudos, más intensos, más lacerantes que todos los demás, unos efluvios que le arañaban el cerebro hasta remover mil instintos en él y dar rienda suelta a un millón de recuerdos. 

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Se sorprendieron el uno del otro. A miss Barret le pendían a ambos lados del rostro unos tirabuzones muy densos; le relucían sus grandes ojos, y su boca, grande, sonreía. A ambos lados de la cara de Flush colgaban sus espesas y largas orejas; los ojos también los tenía grandes y brillantes, y la boca, muy ancha. Existía cierto parecido entre ambos. Al mirarse, pensaba cada uno de ello lo siguiente: "Ahí estoy..." (...) La de ella era la cara pálida y cansada de una inválida, privada de aire, luz y libertad. La de él era la cara ardiente y basta de un animal joven: instinto, salud y energía. Ambos rostros parecían proceder del mismo molde, y haberse desdoblado después; ¿sería posible que cada uno completase lo que estaba latente en el otro? (...) Entre ellos se encontraba el abismo mayor que puede separar a un ser de otro. Ella hablaba. Él era mudo. Ella era una mujer; él, un perro. Así, unidos estrechamente, e inmensamente separados, se contemplan. Entonces se subió Flush de un salto al sofá y se echó donde había de echarse toda su vida... en el edredón, a los pies de miss Barrett.
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Y mientras sufría su destierro en la alfombra, experimentó una de esas trombas de tumultuosas emociones, en que el alma se ve unas veces lanzada contra las rocas y hecha trizas, y otras -cuando encuentra un punto de apoyo y consigue encaramarse lenta y dolorosamente por el acantilado- llega a tierra firme, y se halla por fin sobreviviendo a un universo en ruinas y divisando ya un nuevo mundo creado con arreglo a un plan muy diferente: ¿Qué ocurriría en este caso: destrucción, o reconstrucción? Ese era el dilema. Aquí solo podemos bosquejarlo, pues el debate fue silencioso. 


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