CRÓNICA CONCIERTOS / Quique González
Es lo que tienen los conciertos: a veces, cuando nadie lo espera, un desliz. Le puede ocurrir a cualquiera, incluso a alguien que tiene tanta mili a sus espaldas como Quique González. En la primera canción, “Sur en el valle” –encargada de dar título a su décimo tercer y último disco-, a Quique se le fueron volando un par de versos, y al no poder tampoco colocar los de la siguiente estrofa, soltó un “¡Mierda!” que a nadie le dolió más que a él mismo.
Por ser una noticia de actualidad, me acordé de Josele y sus Enemigos, quienes después de dar un concierto en Santiago de Compostela (que consideraron que no fue digno de su público) decidieron invitar a todos los asistentes al que darían la noche siguiente en el mismo lugar, y en caso de no poder asistir, a devolver el importe de la entrada a todo el que lo reclamase. Algo que no ocurre precisamente todos los días en este mundillo.
Afortunadamente, lo de Quique fue un traspié natural que se quedó en anécdota, pues se repuso, la banda siguió a lo suyo, y el concierto siguió su tónica ascendente. Una banda de cuidado por cierto: en formato de sexteto, de izquierda a derecha, mi vecino César Pop (teclados y guitarra), Raúl Bernal (al Hammond y al acordeón), Diego Rojo (bajo y contrabajo), Edu Olmedo (batería) y Toni Brunet (guitarras).
Entre canción y canción, Quique no se explayó mucho, y cuando lo hizo fue principalmente para dar las gracias: a los músicos que le acompañan; a todo el equipo técnico (técnicos de luces, sonido, tour manager, backliners, chófer…); y también, por supuesto, a todos los presentes, con los que se disculpó por el cambio de fecha agradeciendo la fidelidad, y también, por qué no decirlo, que no estuviesen escuchando el Carrusel Deportivo, pues mientras Quique se confesaba a pleno pulmón a través de sus canciones, el Barca le estaba metiendo un buen rapapolvo al Madrid en el Bernabéu. 0-4 al final.
Los “Daiquiri Blues” también entran bien un domingo, aunque se notaba la modorra entre los asistentes, que no despertaron hasta que llegó un imprescindible como “Salitre”.
En dos horas, Quique y compañía despacharon un total de veintiséis canciones con las que el madrileño repasó sus más de dos décadas de trayectoria. ¡Veintiséis canciones! Casi nada. Más que canciones, lo que Quique ofrece son como postales sonoras con las que podemos viajar sin movernos de la butaca, mientras su banda transita entre el rock y la americana music, entre el pop y el folk, entre la tradición y la vanguardia, entre el brío del formato eléctrico y la nostalgia del formato acústico.
Me gustaron especialmente los bises: “Miss camiseta mojada” (“una canción para aligerar”, para darle un poco de vidilla a un show que si de algo pecó fue de lineal, de carecer de esas subidas y bajadas tan necesarias en el rock and roll), “Puede que me mueva”, “Conserjes de la noche”, y la última, la esperada por todos, el himno “Vidas cruzadas”, con el público en pie (ahora sí) totalmente entregado a los coros. Una merecida despedida para uno de esos tipos que dignifican, con su honradez y su talento, esta profesión.
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