LITERATURA / Konrad Lorenz


KONRAD LORENZ
Cuando el Hombre Encontró al Perro


Konrad Lorenz, que ya ha explorado el universo animal en más de una ocasión (véase "Hablaba con las bestias, los peces y los pájaros) se centra en esta obra/ensayo en el comúnmente identificado como el mejor amigo del hombre: el can. Desde los antepasados del perro (chacales y lobos) hasta como estos han ido evolucionando adaptándose al comportamiento del ser humano hasta convertirse en lo que conocemos ahora como perro doméstico. Konrad nos describe sus propias experiencias (daría gusto ver su hogar lleno de todo tipo de animales, desde lémures hasta gansos) y nos hace entender el poder sentimental que puede ejercer una mascota sobre nosotros. Obligatorio para todo aquel que tenga un animal de compañía. 


(...) la perra es de entre todos los seres vivos no humanos aquel cuya vida psíquica más se acerca a la del ser humano en lo que respecta al comportamiento social, delicadez de sentimientos y capacidad para una amistad auténtica, o, lo que es igual, el más noble de todos los animales  Y no deja de resultar peregrino que, en inglés, su nombre se haya convertido en grosero insulto. 

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(...) Sin embargo, la situación se agrava realmente cuando esa omnipotente tirana que es la moda, la más tonta entre todas las tontas, se arroga el derecho de prescribir a los pobres perros cuál ha de ser su aspecto físico. No hay ni una sola raza canina cuyas mejores cualidades psíquicas originarias no hayan sido radicalmente destruidas, así que se convirtió en raza de gran moda. 

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La creencia del extraordinario poder de la mirada humana está ampliamente difundida. Mowgli, en el libro, ambientado en la selva, de Kipling, es rechazado por lo lobos porque éstos no pueden soportar su mirada, e incluso su mejor amiga, la pantera negra Bagheera, no se atreve a mirarle a los ojos.  (...) Casi ningún animal posee esa especialización de la retina, que permite a los seres humanos una percepción diáfana de las imágenes. 

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En la vida humana, un destino fatal nos enseña que hay que pagar cada alegría con un tributo de dolor, y el individuo que se prohíbe a sí mismo las pocas alegrías lícitas y éticamente correctas de la existencia por temor a tener que saldar la cuenta que el destino les presentará tarde o temprano, no puedo considerarlo sino un ser pobre y mezquino. Aquel que quiere ser avaro con la moneda del dolor, que se retire a una buhardilla, como viejo solterón, y se vaya secando poco a poco como estéril planta que nunca dio fruto. 

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