LITERATURA / Antoni Daimiel
ANTONI DAIMIEL
El Sueño De Mi Desvelo
Tengo un recuerdo muy vivo del primer partido que vi de la NBA como abonado de Canal+. El canal de pago comenzaba su andadura con la mejor liga de baloncesto del planeta y yo como abonado del mismo. Así pues, pude disfrutar desde el primer momento (un viernes, en diferido, a las 6 de la tarde, un Knicks VS Pacers en el Madison) de la magia de la NBA. El primer jugador que me llamó poderosamente la atención fue un base veterano que ya amenazaba con ser uno de los máximos asistentes de la historia: Marc Jackson (quien acabaría como 4º máximo asistente histórico con la friolera de 10.334 pases de canasta).
Obviamente ya había visto partidos de NBA, cuando se emitían partidos los sábados por la mañana en la televisión pública, pero nunca se le dio el protagonismo merecido. Hasta que llegó Canal+, y la dupla que más me amenizó desde la pequeña pantalla: Montes - Daimiel.
Crecí con ambos, con sus anécdotas, con sus historias, y me aficioné al basket aún más, y al jazz que recomendaba Montes. Con ellos viví los anillos de los Spurs, la llegada de Gasol, los épicos duelos entre Kings y Lakers en el salvaje Oeste, los MVPs de Nash en Phoenix, las exhibiciones de T-Mac cuando estaba inspirado, los vuelos sin motor de su primo Carter, o las últimas exhibiciones de Jordan vistiendo el 23 en los Wizards hasta los 40 años.
Con ellos viví la expansión masiva de este deporte en Europa, y la fiebre que se vivió en España desde la llegada de Gasol. Antes era realmente complicado hablar del mundo NBA con la gente, y en la actualidad casi todo el mundo hecha un vistazo a la situación de la liga estadounidense. Digno de mención, digno de celebrar. Que siga así.
Es por ello que todas las historias que cuenta Antoni Daimiel en "El Sueño De Mi Desvelo" me resultan familiares. Tenía especiales ganas de leer el libro, y mis expectativas fueron quizás demasiado altas. Lo devoré en poco tiempo, casi sin degustarlo, pero lo disfruté a fondo, aunque me quedé con ganas de rememorar muchas de esas anécdotas que conseguían sacarme una enorme sonrisa en esas noches de insomnio.
El sentido de la vista se esmeró siempre conmigo y se ha conservado con entereza, afilado, pero el ritmo de mi vida se fue ralentizando, vampirizando. El murciélago me ha dominado durante diecisiete años, viviendo de noche, acostumbrado a mascar las cosas sin tanta prisa como la mayoría de la gente que marcha y se acelera bajo el sol, sus ritmos y sus vitaminas. De madrugada conduces por avenidas y carreteras silenciosas que te crean una atmósfera perfecta para contemplar las cosas a la altura correcta y no a la de los ojos de los demás. Lees, interpretas y analizas a los que analizan con unas horas de diferencia. Cuando el metraje y la trama se van desarrollando frente a ti no eres muy consciente de la transcendencia y las aristas de los acontecimientos, pero luego le tomas el relieve y la perspectiva a la realidad con mayor gusto y estética. Por ese he huido de los análisis exprés.
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(...) Fiebre y gesto frágil para un reto tan empinado. Pero Jordan siempre tuvo la habilidad de convertir en cine de guión oscarizado un día cualquiera. Aquel semidiós debilitado por agentes externos se sobrepuso a su propia debilidad, al contratiempo y a los dieciséis puntos de ventaja que llegó a tener Utah Jazz en el segundo cuarto y logró salir victorioso y protagonista de la epopeya. Un ser hechizado desde el momento en que los árbitros dieron el salto inicial hasta que el cronómetro se puso a cero. Una atmósfera de cuadro prerrafaelista con encantamiento y seres sobrenaturales hipnotizados por el ruido del bote del balón contra el parqué, por el sonido metálico de la pelota en su colisión con el aro o por el chirrido agudo de las zapatillas en su danzar por la pista. Acabada esa magia, el sortilegio se desvaneció y el protagonista volvió a humanizarse y tuvo que ser sostenido por sus compañeros para no desplomarse en el suelo.
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(...) San Antonio es un equipo alejado del glamur, los highlights, los mates y el marketing dominante que ha sido capaz de luchar contra la monotonía y adaptarse a los tiempos sin negociar con una personalidad propia del Texas profundo. Un equipo de pequeñas cosas que, al contrario de lo que cantaba Serrat, no evocan sonrisas tristes sino más bien una satisfacción prolongada, rara en tiempos donde la alegría aparece y desaparece como fogonazos de faros. El de los Spurs es un sentimiento de larga duración, un ejemplo de huella duradera para el que quiera experimentarla. Ojalá supiéramos madurar y hasta envejecer como los Spurs, como diría aquel, de orgullo y satisfacción.
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Decir que la rivalidad entre los Celtics y los Lakers representa la angustia racial de un país es un acercamiento al asunto con miras muy cortas. La pugna entre estas dos franquicias lo representa absolutamente todo: etnia, religión, política, matemáticas, la razón por la que no estoy aún casado, la explosión del Challenger, el hombre contra la bestia y todo lo demás. No hay relación que no esté determinada por la lucha de estos dos equipos.
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