ARTÍCULO SOCIEDAD / Valerón, El Rey Del Vuelo Rasante

VALERÓN, EL REY 
DEL VUELO RASANTE

Más que volar, lo suyo fue flotar o deslizarse. Nunca tuvo la vibración atlética de los deportistas temperamentales; solía moverse sin ruido en el espacio intermedio que, como el fuelle del acordeón, da flexibilidad, y por tanto variedad, a la geometría del equipo. Su discreción no limitaba la profundidad de su ingenio: pedía la pelota con aquella voz de ave cantora, naturalmente de canario flauta, y la conducía sin apuro ni tensión, pero modificaba el curso de los partidos con sus habilidades de solista. Si por su vocación de acompañante parecía un actor secundario, por la brillantez de su repertorio era en el dibujo un color primario. 
Con su larga trayectoria, de Las Palmas a Mallorca, del Atlético al Deportivo, del Deportivo a Las Palmas, Juan Carlos completó un recorrido circular, revisó los postulados del fútbol y legó un sello tan personal como una firma. Cada tarde nos sorprendía con un regate original, con una filigrana inédita, con un pase inesperado. Tan agradecidos como los espectadores, sus colegas le reconocieron siempre la dignidad de figura y, a despecho de su modestia, le consideraron un profesional de profesionales. Para ellos comenzó siendo incomparable y terminó siendo indiscutible: si la toca Valerón, punto y seguido; si hablamos de Valerón, punto y aparte. 
Ataviado con ropa casual, el uniforme de conciudadano, finalmente ha dicho que se va. Entendemos que abandonará los impredecibles lunes del competidor; que se alejará de los viernes nerviosos; que dejará vacante un lugar en el álbum de cromos, y que, como corresponde a su mudanza, devolverá las llaves de la taquilla y del área. Sólo conservará su mirada condescendiente, su delgadez crónica y ese divertida presencia de trasnochador resignado. 
Para honrar su despedida sólo podemos transmitirle nuestra gratitud y hacerle una confesión: si antaño, cuando le reventó la rodilla, un crujido nos atravesó la garganta, hoy, cuando cuelga las botas, sentimos un vacío en el paladar. 
Nunca volveremos a jugar entre líneas. 
Julio César Iglésias
Columnista en Marca

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