CRÓNICA CONCIERTOS / Quique González
QUIQUE GONZÁLEZ
Auditorio del Niemeyer (Avilés)
Sábado 26 de noviembre de 2016
Viajo somnoliento, con la inocencia del que sabe cuándo pero nunca tiene muy claro a dónde. Hace cuatro destinos que esos dos versos juegan a convertir mi carne en iceberg sin hacerme sentir frío. He recorrido en veinticuatro horas todos los no lugares posibles hasta aterrizar en un desierto de butacas rojas en el que el mar marca la delgada línea que separa la frontera de las cicatrices. Puedo ver sobre la arena medio millar de heridas, y entre el murmullo del desaliento, flotando sobre el agua seca, alguien ha decidido abrirlas.
Empiezo a escribir después de haberlo roto, no sabía muy bien por dónde empezar. Los corazones han comenzado a estrecharse mientras yo sigo intuyendo que estoy, consciente de que jamás sabré si he sido. Las risas se confunden con la tos y la arena se ha convertido en oro, aunque no tardará en transformarse en polvo. El polvo que envuelve los veranos en la 634 al mismo tiempo que alguien sigue pensando en llamarte una y mil veces con miedo a que no respondas. Han pasado cinco minutos desde que el polvo se hizo humo de fábrica, hace diez que la música está muy por encima de la música.
Te lo dije, ahora nadie sabe dónde está el dinero que nunca nos hizo falta; no se pagan con parné las deudas del corazón, ni las redenciones, ni las averías. De haberlo sabido me hubiera marchado hace años sabiendo que caminar recto siempre ha sido sinónimo de volver, pero hoy me iría, a bañarme en salitre como buen veraneante accidental que duerme en la ciudad del viento. Pienso demasiado rápido, como un relámpago que quema las orquídeas sin jardín, y ya empiezo a marchitar buscando cielo firme.
Ya sé que no es lo que habíamos hablado, ya sé que prometí mil veces regresar a la casa de mis padres, pero estaría pensando en pasado mañana y perdiendo todo en una apuesta segura. Y aunque tú no lo sepas pretendo volver a pisar costa, besar tierra y aburrir de pena a la bohemia en tu único día libre.
La suerte es una ramera de alta calidad, una puta asesina de Bolaño, un copo de nieve que reposa sobre la punta de cualquier nariz. Y ahora sé que hemos estado, que hemos sido kamikazes enamorados durante las dos horas más rápidas y espectaculares de nuestras vidas, tan cruzadas como siempre, tan nuestras como antes.
El polvo vuelve a ser arena, ahora mojada. Descansan sobre ella siete cuerpos satisfechos de no haberse ahogado, entendiendo que el éxito reside lejos del hogar, cumpliendo todas las promesas que tal vez nunca juraron. La fábrica cierra las puertas, la música sigue muy por encima de la música y el murmullo se solapa con aplausos. Todo apunta a que el mar del norte no volverá a guardar silencio; mientras, yo, con la piel limpia y el pecho abierto, canto por las calles creyéndome sirena que busca puertos donde manda marinero y anda lejos capitán, emprendiendo nuevos viajes, saboreando otros finales, lamiendo heridas viejas, pensando en regresar.
Hoy te tengo que dejar; son las tres de la mañana, en unos minutos comienza el Dallas-Memphis.
Empiezo a escribir después de haberlo roto, no sabía muy bien por dónde empezar. Los corazones han comenzado a estrecharse mientras yo sigo intuyendo que estoy, consciente de que jamás sabré si he sido. Las risas se confunden con la tos y la arena se ha convertido en oro, aunque no tardará en transformarse en polvo. El polvo que envuelve los veranos en la 634 al mismo tiempo que alguien sigue pensando en llamarte una y mil veces con miedo a que no respondas. Han pasado cinco minutos desde que el polvo se hizo humo de fábrica, hace diez que la música está muy por encima de la música.
Te lo dije, ahora nadie sabe dónde está el dinero que nunca nos hizo falta; no se pagan con parné las deudas del corazón, ni las redenciones, ni las averías. De haberlo sabido me hubiera marchado hace años sabiendo que caminar recto siempre ha sido sinónimo de volver, pero hoy me iría, a bañarme en salitre como buen veraneante accidental que duerme en la ciudad del viento. Pienso demasiado rápido, como un relámpago que quema las orquídeas sin jardín, y ya empiezo a marchitar buscando cielo firme.
Ya sé que no es lo que habíamos hablado, ya sé que prometí mil veces regresar a la casa de mis padres, pero estaría pensando en pasado mañana y perdiendo todo en una apuesta segura. Y aunque tú no lo sepas pretendo volver a pisar costa, besar tierra y aburrir de pena a la bohemia en tu único día libre.
La suerte es una ramera de alta calidad, una puta asesina de Bolaño, un copo de nieve que reposa sobre la punta de cualquier nariz. Y ahora sé que hemos estado, que hemos sido kamikazes enamorados durante las dos horas más rápidas y espectaculares de nuestras vidas, tan cruzadas como siempre, tan nuestras como antes.
El polvo vuelve a ser arena, ahora mojada. Descansan sobre ella siete cuerpos satisfechos de no haberse ahogado, entendiendo que el éxito reside lejos del hogar, cumpliendo todas las promesas que tal vez nunca juraron. La fábrica cierra las puertas, la música sigue muy por encima de la música y el murmullo se solapa con aplausos. Todo apunta a que el mar del norte no volverá a guardar silencio; mientras, yo, con la piel limpia y el pecho abierto, canto por las calles creyéndome sirena que busca puertos donde manda marinero y anda lejos capitán, emprendiendo nuevos viajes, saboreando otros finales, lamiendo heridas viejas, pensando en regresar.
Hoy te tengo que dejar; son las tres de la mañana, en unos minutos comienza el Dallas-Memphis.
Duerme calentita.
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