LITERATURA / Philippe Claude

PHILIPPE CLAUDE
El informe de Brodeck


Philippe Claude (Nancy, Francia, 1962), obtuvo el prestigioso premio Bourse Goncourt de la Nouvelle en 2003 por "Almas grises". Un momento de inspiración que no fue ni mucho menos esporádico. Con "El informe de Brodeck" Claude saca lo mejor y lo peor (mucho más lo peor que lo mejor) de la condición humana, el odio y el amor, y el precio que uno puede pagar por ser diferente a los demás. Un libro que deja poso. 

No nos damos cuenta de lo mucho que puede depender el curso de una vida de detalles insignificantes, un trozo de mantequilla, un sendero que se abandona para tomar otro, una sombra a la que se sigue o de la que se huye, un mirlo al que se decide matar con un pco de plomo o dejar tranquilo.

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- Lo que querría es comprender. (...) Nunca comprendemos nada, (...). La gente vive un poco como los ciegos, y por lo general eso le basta. Incluso diría que es cuanto persigue, evitarse quebraderos de cabeza y complicaciones, llenarse la panza, dormir, meterse entre los muslos de su mujer cuando le hierve la sangre, hacer la guerra porque le dicen que hay que hacerla y luego morirse sin saber lo que hay después, pero esperando pese a todo que haya algo. A mí, desde muy pequeño, me gustan las preguntas y los caminos que llevan a las respuestas. Por lo demás, a veces acabo no conociendo más que el camino, pero eso no es tan grave: ya he avanzado. 
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Seguramente no sabía que cuando se abandona el Infierno nunca hay que volver la vista atrás. Pero, en el fondo, morir por ignorancia o morir bajo miles de pisadas de hombres que han recuperado la libertad viene a ser lo mismo. Cierras los ojos y luego ya no hay nada. La muerte no es tan exigente. No pide ni héroes ni esclavos. Se como lo que le dan. 

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¿Por qué, como miles de otros seres humanos, tuve que cargar con una cruz que no había elegido, recorrer un calvario que no estaba hecho para mis pies y que no me concernía? ¿Quién decidió hurgar en mi oscura existencia, hacer añicos mi frágil tranquilidad, arrancarme de mi gris anonimato, para lanzarme como a una bola enloquecida en un inmenso juego de petanca? ¿Dios? Entonces, si existe, si existe de verdad, que se esconda. Que se eche las manos a la cabeza y que la agache. Puede que, como antaño nos enseñaba Peiper, muchos hombres no sean dignos de Él; pero ahora también sé que Él no es digno de la mayoría de nosotros, y que si las criaturas han podido engendrar el horror es únicamente porque el Creador les ha soplado la receta. 

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Se teme a quien calla. A quien no dice nada. A quien mira y no habla. ¿Cómo saber qué piensa quien permanece mudo?

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