LITERATURA / Enric González

ENRIC GONZÁLEZ
Historias del calcio

"El calcio es muy especial. Ningún país vive el fútbol como Italia y nadie es tan imaginativo, tan farsante y tan estupendo como los italianos". Es imposible hablar de Italia sin hablar de fútbol, y Enric González tiene tanta clase que consigue que las crónicas futboleras de los fines de semana sean fieles retratos sobre la crónica del mismo país: política, fascismo, fútbol, sonrisas y lágrimas. "Historias del calcio" reúne las columnas que Enric dedicó al fútbol italiano desde 2003 y hasta el 2007. Una golosina para los amantes de este deporte. 

"¿Fútbol es fútbol?" No. El macarrónico aforismo sólo es cierto cuando, en el juego, el balón rueda e intervienen todos los azares: el centímetro que separa el poste del gol, o el parpadeo en que el árbitro acierta o se equivoca, el rasgo de talento que distingue al jugador del genio. Pero el fútbol es también percepción y memoria colectiva. Y en ese terreno, ajeno a las leyes de la física, las cosas son más complicadas. 
Garrincha era cojo, ignorante e inestable; Maradona era cocainómano; Best era juerguista y alcohólico: hablamos de tres dioses imperfectos que fueron incomparables en el terreno de juego y, sin embargo, flaqueaban en la vida. 
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Cassano, de 21 años, en la Roma, es un delantero decididamente feo y payaso. Viene del sur, de Bari, una zona pobre de tradición griega y albanesa. Los objetivos de los fotógrafos le persiguen durante el partido: pide la botella de agua para remojar al masajista, rompe a patadas el banderín de la esquina, se quita la camiseta o se baja los pantalones, según exija la ocasión, y disfruta del fútbol. 
Uno teme que Antonio Cassano, poeta, pertenezca a la estirpe de los malditos. Un tipo como él no puede crear tanta belleza y quedar impune. La poesía es condensación, comprensión de códigos en unos pocos signos. Y a eso se dedica Cassano en ese palmo cuadrado del área hacia el que confluyen el portero y un par de defensas y en el que un segundo es una vida. 

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Veremos qué pasa en lo que queda de temporada. Italia, en cualquier caso, es sabia y saldrá del paso. Sabe manejar a los fascistas. Nótese que desde hace años los tiene en el Gobierno, en los estadios y donde haga falta, con tal de que se entretengan y no anden por ahí haciendo lo que mejor se les da: asaltar librerías. 
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Parece como si el fútbol, en Italia, resultara inconcebible sin marcajes, presión y una defensa muy alerta. (...) El calcio se paladea de forma muy distinta al fútbol de otros lugares: la tensión y el esfuerzo son más apreciados que la filigrana y la idea central, por encima del gol, es mantener la propia puerta a cero. Hagan la prueba y miren un partido italiano y luego uno inglés o español: en el segundo encuentro se tiene la impresión de que faltan jugadores, porque hay un montón de espacios libres por ahí: el centro del campo está lleno de aire y de tiempo para pensar. En Italia, el agobio invade hasta el último palmo de hierba. 

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El gran jefe Maldini tenía la oreja puesta y al cabo de unos segundos, cuando lo comprendió, se dirigió con gran alarma a Totti: "¿Pero estás loco?". (...) Pero Totti ya tenía la idea clavada en el entrecejo: "Sí, sí, le hago la cuchara".
Er cucchiaio, "la cuchara", es una marca de fábrica del mejor futbolista italiano. Un toque suave, por debajo del balón, que eleva la trayectoria unos metros y luego la deposita en el suelo, dentro de la portería. Una de esas jugadas caprichosas que pueden hacerse cuando se gana por mucho y queda muy poco partido. Una broma, algo que no se hace en el momento más crucial del año. Lo que pasa es que Totti es Totti. El capitán de la Roma tendría poco de qué hablar con Einstein, pero la inconsciencia le da a su juego el toque de locura y genio de los grandes idiotas del fútbol; Totti forma parte de la dinastía de Garrincha, Best, Gascoigne, Cassano. Con la ventaja de no ser cojo, ni alcohólico, ni paranoico. 
Cuando le tocó lanzar (...), caminó hacia el punto de lanzamiento, miró a aquel portero holandés tan grande, se aproximó al cuero y lo acarició en el vientre. El balón partió en cámara lenta, como un globo de feria, hacia el centro del marco. Van der Saar, en cámara rápida, se había lanzado ya hacia un costado. Y el penalti entró como un suspiro, dulce, desmayado, con la miel de un beso y el ritmo preciso de un buen chiste. 

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El fútbol, como la vida, está lleno de tiempo-basura. Como la vida, el fútbol se descompone al final en un puñado de momentos brillantes. El resto es un vago malestar: fenómenos metabólicos, estadísticas, humo. Y, sin embargo, ni el fútbol ni la vida son mal negocio. Hay momentos que duran para siempre.

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El Inter es una conciencia atormentada, una redención imposible. Tiene de su parte la razón y actúa con la mejor voluntad. Desarrolla un juego de factura clásica, amplio, de gran respiración. (...) Como en Crimen y castigo, sin embargo, el principal protagonista del calcio es perseguido por una sombra. Como Raskolnikov, el Inter creyó hacer justicia acabando con un personaje mezquino y corruptor (la vieja usurera sería en este caso la Juventus de Luciano Moggi). Ahora se descubre obsesionado con la Juve, a la que en cierta forma ha suplantado. Aún no sabemos cómo, pero sabemos que la brillante novela interista desemboca en un purgatorio siberiano. 

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