LITERATURA / María Gainza

MARÍA GAINZA
El nervio óptico

Este es un libro hecho de miradas. Miradas sobre cuadros, sobre los artistas que los pintaron y sobre la intimidad de la narradora y su entorno. "El nervio óptico", (primera novela de la argentina María Gainza) es singular y fascinante, inclasificable, y en ella la vida y el arte se entretejen. Yo saboreé cada una de sus páginas. Uno de los libros que más he disfrutado últimamente. 

Sientan cómo late en la pintura un simbolismo atávico: los tironeos entre el bien y el mal, la luz y la oscuridad. El ciervo ha sido pintado pocos segundos antes de morir. un perro le muerde el lomo; otro, una pata. El animal está a punto de desplomarse, la lengua afuera, el cuello en una contracción exagerada, los ojos mirándonos con el mismo desamparo con que la liebre miraba al príncipe en El Gatopardo de Lampedusa: "Don Fabrizio se vio contemplando por dos ojos negros invadidos por un velo glauco que lo miraban sin rencor pero con una expresión de doloroso asombro, un reproche dirigido contra el orden mismo de las cosas". Qué bien entendía Lampedusa còmo las cosas dan vueltas antes de irse, dejan su rastro de caracol, su estela de plata trasparente y húmeda, y después se hunden en la memoria.
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Como pintor, Courbet era territorial, instintivo como un perro. (...) La forma en que el pintor usa la espátula es diabólica: rasquetea la tela, raspa el óleo como si quisiera marcar una rosa. Aun con toda su pose de machote del arte, sus tácticas y estrategias para ganar notoriedad, Courbet no deja de volver una y otra vez a la región de su infancia. Pinta el agua como un mineral fosilizado, una malaquita partida al medio. Pienso en el poder magnético que ejerce ese cuadro de Courbet sobre mí. Hay minerales que al ser expuestos a la luz ultravioleta pueden mantener durante días su fulgor; esa luminosidad que perdura se llama fosforescencia. El mar de Courbet fulgura en mi mente durante días. (...) Fue el primero de los pintores en darse cuenta de que el público, ese dios de muchas cabezas, quería sangre. 

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...la vida te ofrece una oportunidad a veces, se dijo, pero cuando eres demasiado cobarde o indeciso para aprovecharla, la vida recoge sus cartas, hay un momento para hacer las cosas y para abrazar una felicidad posible, ese momento dura algunos días, a veces unas semanas e incluso unos meses, pero sólo se presenta una única vez, y si quieres rectificar más tarde es simplemente imposible, ya no queda sitio para la esperanza, la creencia y la fe, subsiste una resignación suave, una piedad recíproca y entristecida, la sensación inútil y justa de que podría haber ocurrido algo, de que sencillamente uno se ha mostrado indigno del don que le acaban de hacer. 
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El joven Henri se siente morir en su asfixiante ambiente aristocrático. (...) Es tan pequeño que las prostitutas se marean al mirarlo, pero, cuando las toca, el hombrecito encuentra lugares secretos en sus cuerpos, lugares tan suaves como sus labios. Toulouse se mira al espejo, ve su nariz protuberante sobre la que cabalga un binóculo de hierro, sus labios hinchados, sus piernas zambas. Su desarrollo sexual es alarmante: en el burdel lo llaman "tres patas" o "cafetera". Usa un bastón para caminar que también le sirve para merodear entre las piernas de las chicas, le gusta que las polleras se alboroten. (...) se hace amigo de las madonnas profanas de su tiempo, las inmortaliza en carteles publicitarios y, aunque ellas se quejen de lo feas que las pinta, no dejan de posar para él. Las que más le gustan son las pelirrojas, las llama "las rubias de los dioses". 
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Y pienso: ¿cómo pudo este hombre producir las pinturas eufóricamente abstractas de su mejor período en su peor momento de derrumbe? Y eso me lleva a T. S. Eliot: "Cuanto más perfecto es el artista, más completamente separado en él estará el hombre que sufre de la mente que crea". 

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Lo raro no es más que lo normal exagerado: lo raro domestica. (...) Cuando se fue a la casita del pueblo ya era un león herbívoro, pero antes... A veces yo me horrorizaba pero él se limitaba a recitarme al abbé Esprit, su autor de cabecera: "En lo que respecta a los hombres, mi querida Pepita, son más perversas las virtudes que los vicios". 

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Una vez, paseando por un lago, su madre le enseñó las reglas de etiqueta: "Frente a los demás uno debe mostrarse en control. Mirá cómo se deslizan esos patos por el agua, tan serenos y elegantes, mientras por debajo patalean como condenados". 

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Es inevitables. Uno habla de sí mismo todo el tiempo, uno habla tanto que termina por odiarse. Cuando me canso de mí, de las volteretas que da mi cabeza, pienso que quizás no ser una mala idea terminas siendo un fantasma. (...) Qué risa. Ser un espíritu inquieto, sentir que mi cuerpo se desmaterializa, mi plúmbeo cerebro sobre todo: desprenderme de los arrebatos que son mi cárcel, del magma que brota de mi corazón las veinticuatro horas, volverme ondas intermitentes de energía, centelleos caprichosos del Más allá.... En fin, parar de pensar, eso sería la gloria. 

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