CRÓNICA OTUS SCOPS
OTUS SCOPS
El Cantábrico (Navia)
31 de enero de 2014
Los conciertos de Otus Scops provocan escenas y situaciones surrealistas, de esas que disfrutaba escribiendo (y viviendo) el señor Hunter S.Thompson. Experiencias en sí mismas.
Es el
autillo ibérico una especie peculiar que cuanto más rocambolesca
sea la situación más cómodo se encuentra. Y la situación de
anoche rizaba el rizo. Es complicado imaginarse un sitio y una hora
peor para un concierto, pero Otus Scops consiguieron (una vez más)
darle la vuelta a un hábitat cargado de inconvenientes.
El
Cantábrico presentaba lleno a reventar, pero lo que no sabían sus
clientes habituales era que aquella no sería una tarde-noche como
las demás. Donde antes había una tragaperras había ahora 3
extraños personajes armados únicamente con sus instrumentos y su
talento.
Esta vez (y esperemos que sirva como precedente) sí hubo
puntualidad británica, y el trío formado por Jorge, Pipo y Pablo
arremetió sin miramientos ante el abigarrado público que no acaba
de salir de un asombro mayúsculo. Estos, poco a poco, fueron
adaptándose a lo esperpéntico de la estampa, en parte gracias al
buen hacer de los músicos, en parte gracias a los pinchos que
comenzaban a rular desde la barra, mini platos combinados compuestos
por picadillo, patatas, huevo frito y una tortillita de trigo. Hay que reconocer que Severo y cia se lo curran.
La
llamada de los autillos podía escucharse por los alrededores,
filtrándose juguetona por las callejuelas del casco viejo de la
villa, como el reclamo de unas especies en celo en medio de una orgía
de rock and roll. Cuantos más mejor. Desgraciadamente, en el bar ya
no cabía un alfiler, y algunos tenían que contentarse disfrutándolo
desde fuera, aguantando estoicamente la fría brisa nocturna, que
calaba hasta los huesos y que enfriaba los manjares que venían del
interior. Había personajes no habituales de la escena naviega: como ese foráneo que parecía salido de un pantano de Nueva Orleans. Y también espectadores ocasionales: como los de esos
coches que se veían obligados a frenar al ver a dos sujetos tocando
en el medio de la carretera; o como ese entrañable matrimonio de
cierta edad, que desde la terraza de un tercero, se frotaban los ojos
para asimilar la escena “Paco, ¿tas viendo lo mismo que yo o ya
tamos perdiendo la cabeza?”.
Se
sucedían así las versiones de clásicos de Link Wray, los Shadows o
los Pekenikes, y a medida que el personal se iba ya calentando, los
Otus Scops (que no necesitan casi nada para venirse arriba) tiraron
de ingenio y ejercían de funambulistas en espacios reducidos: Jorge
tocando la batería como metido en una caja de cerillas; Pipo
haciendo malabarismos sobre el ampli; Pablo, ejerciendo de portero
improvisado, y/o monologista ocasional.
De su
extenso repertorio, un servidor sigue quedándose con “Moonflower”
(sí, será todo lo ñoña que quieras, pero siempre resulta la más
resultona), “Gypsy Queen” (otra de Santana, esta vez para lucir
músculo), “La Leyenda Del Tiempo” (donde meten a Camarón en el
agua, mezclando con virtuosismo surf y flamenco), y “Wipe Out”
(trallazo descomunal donde Jorge improvisa filigranas con las
baquetas sobre cualquier cosa –en esta ocasión, el sombrero de
cowboy de Pipo-). Ya sé que no he hablado mucho de música, pero
como dijo uno de los presentes: “Yo no tengo ni idea, pero esa
guitarra sabe hablar”.
Otus
Scops disfrutan y hacen disfrutar, funcionando como un bálsamo de
buen rollo. Ya sabes eso que dicen: “si no son Otus Scops no son
los auténticos”.
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