BASADO EN HECHOS REALES / Camelia (III)
Basado en hechos reales. O no. Porque muchas veces la imaginación hace el resto y probamos con una realidad paralela, por el "y que pasaría si...". Situaciones cotidianas que se cruzan con la ficción.
CAMELIA (III)
Durante 60 segundos, probó a cerrar los ojos y sellar sus párpados. Se dejó envolver por la oscuridad reinante y el sonido ambiente, y para cuando el periodo expiró, ya había tomado una decisión: se marcharía, y se iría lo más lejos posible.
El encontrar el amor de tu vida puede ser la mayor de las bendiciones o la mayor de las desgracias dependiendo de si uno es o no correspondido. Al ser su caso el segundo, opto por pasar página y dejar que la herida cicatrizara, pero sabía que solo sería capaz de lograrlo alejándose por completo de su vida anterior.
Así pues, cargó su petate con lo justo, rompió decidido con su pasado, y por primera vez, comenzó una nueva vida. Desconectó por completo para no dejar rastro, y se auto impuso volver solo cuando se viera realmente preparado.
El inevitable paso del tiempo hizo su papel, pero de la herida seguían manando torrentes de sangre. Y eso que intentó cerrarla por todos los medios. En sus viajes se codeó con la bohemia de París, con los urbanitas de Berlín o con los románticos en Florencia. Su vulnerabilidad le hizo compartir sábanas y experiencias en Francia con Lorraine, una joven sofisticada con la que compartía la forma de ver la vida. En Alemania, conoció en un concierto de blues a Angelien, una holandesa de fuerte carácter y con la que nunca llegó a conectar más allá de sus gustos musicales. Y en Italia, a Isabella, una soñadora enamorada del cine negro y de las obras de Kerouac, Rimbaud y Baudelaire. Seguía sintiéndose solo. No olían como ella, no se reían como ella, no transmitían como ella. Sin embargo, en todas ellas la veía reflejada, pues las comparaciones le hacían recordar lo que la echaba de menos. Perderla suponía perder algo más que el amor de su vida. Suponía perder la llave para encontrarse con la mejor versión de sí mismo, aquella que afloraba radiante sólo con su presencia. Y con la noche, en sus constantes desvelos, miraba hacia el otro lado de la cama, y aún estando acompañado, emitía enormes suspiros.
Años después, se convenció de que aquello no funcionaba, y que intentar atajar era como engañarse a sí mismo, así que emprendió cabizbajo el regreso a casa. Nadie le esperaba, pero tenía que volver a empezar en su tierra.
El temido encuentro no se demoró. A la semana la vislumbró saliendo de una tienda para bebes, con su vientre rebosante de vida, y tras ella, la persona encargada de hacerla sonreír cada día, ese afortunado al que se imaginó de mil maneras y al que le puso tantas caras y nombres. Notó el impacto de una bola de demolición y experimentó la sensación de que su cuerpo destrozado no le respondía. La angustia despertó una náusea en su cuerpo. Eliminó por completo la idea de ir a saludarla, optando por verla feliz desde las sombras. Solo el amor propio le hizo sacar las fuerzas suficientes para dar la vuelta y arrastrar lo que le quedaba de autoestima, vagando sin rumbo como un autómata.
Nada existía fuera de su cabeza, y en esta, volaban a toda velocidad, frenéticos, los recuerdos: aquel inocente primer saludo en mitad de la calle, esas sonrisas que representaban el nacimiento de algo importante, las miradas cómplices, los suspiros de ternura y admiración a su espalda, los encuentros furtivos sacados de un guión de película, las canciones que ambos hicieron suyas. El primer beso. El último. Los abrazos de un dolor compartido. Todos aquellos momentos que nunca fue capaz de borrar.
Dejó que todo el peso acumulado por los años ejerciera su labor, y se dejo vencer, derrotado, arrojándose a un precipicio de emociones. Del atardecer se pasó a la noche estrellada, y se acordó de aquella canción tradicional mexicana compuesta por José Alfredo Jiménez (“La quería más que a su vida / y la perdió para siempre / por eso lleva una herida / por eso busca la muerte / … / Después se pierde en la noche / y aunque la noche es muy bella / él va pidiéndole a Dios / que se lo lleve con ella").
Una imagen le vino a la cabeza, un dolor agudo le atravesó el pecho, y su enquistado corazón dejó de latir. Una lágrima se deslizó lentamente por su mejilla. Sería la última.
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